Poco a poco, pero cada vez más, nos vamos acostumbrando a cosas como comprar pasajes o reservar alojamientos -además de muchos otros servicios- a través de aplicaciones de nuestro teléfono. En esas compras o reservas se nos pregunta en el formulario el número de personas que viajarán o que serán alojadas. Cuanto más alto es el número, más cuidado hay que poner en la respuesta, porque hay más riesgo de confusión.
En el Evangelio de hoy, se sugiere que dos personas llegarán para hospedarse… y sin embargo, como veremos, luego resultan ser tres. Mejor estar preparados.
Durante la última Cena, Jesús dijo a sus discípulos:
«El que me ama será fiel a mi palabra y mi Padre lo amará;
iremos a él y habitaremos en él.» (Juan 14,23)
Promesa y anuncio. Dios mismo viene a habitar en cada uno de nosotros. Pide lugar en nuestro corazón. Quiere hacer de cada uno de nosotros su santuario, su templo. Es Jesús, el Hijo, quien habla; luego menciona al Padre y dice “iremos”. El Padre y el Hijo son las dos personas divinas que quieren convertirse en huéspedes nuestros.
Esa promesa, ese anuncio, es consecuencia de lo que se dice antes: “el que me ama será fiel a mi palabra y mi Padre lo amará”. No hay que olvidar que Dios nos amó primero; tomó la iniciativa, “nos primerió”, como solía decir el papa Francisco. Amar a Dios es respuesta a su amor y nuestra respuesta de amor abre la puerta de nuestro corazón a su presencia.
Podríamos decir que el Padre y el Hijo han reservado un lugar dentro de cada uno de nosotros, de cada persona que viene a este mundo. Ellos se han anunciado. A muchos no les ha llegado ese anuncio; no los conocen y, por lo tanto, poco pueden estar preparados para recibirlos. Por eso, la misión de anunciar el Evangelio.
Preparados, porque es lo que corresponde cuando esperamos a un amigo que viene a hospedarse con nosotros. Queremos que, por lo menos, encuentre la casa limpia y ordenada. Dice san Gregorio Magno:
“… si algún amigo (…) viniera a nuestra casa, rápidamente se limpiaría toda la casa para que no hubiera en ella algo que tal vez molestara a la vista del amigo que viene. Por tanto, quien prepara a Dios la casa de su alma, haga desaparecer de ella las inmundicias de sus malas obras. (Homilías sobre los Evangelios, II 10, 30, 2.)
Dice también san Gregorio que Dios llega a algunos corazones, “pero no hace mansión”, es decir, no se queda a vivir en ellos. ¿Por qué? Por lo que dice Jesús:
El que no me ama no es fiel a mis palabras. (Juan 14,24a)
Es que la casa no ha quedado limpia. Ha sido solo una apariencia, pero ha faltado una conversión profunda y duradera, que pasa no solo por escuchar la palabra de Jesús, sino por llevarla fielmente a la práctica. En referencia a su palabra, Jesús hace también notar su unidad con el Padre:
La palabra que ustedes oyeron no es mía, sino del Padre que me envió. (Juan 14,24b)
Es esa unidad del Padre y del Hijo lo que hace que donde esté uno, esté también el otro. Leemos más atrás en el mismo capítulo del evangelio de Juan:
El que me ha visto, ha visto al Padre. (Juan 14,8)
Ahora bien ¿solo el Padre y el Hijo vienen a quedarse? ¿Qué pasa con el Espíritu Santo? Jesús continúa hablando:
Yo les digo estas cosas mientras permanezco con ustedes. Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho. (Juan 14,25-26)
Anuncio de la llegada de la tercera persona, el Espíritu Santo, enviado por el Padre, en el Nombre de Jesús. Él también viene a habitar en el corazón del creyente. En la secuencia de Pentecostés, se invoca al Espíritu como “dulce huésped del alma”. Hablando del Espíritu Santo, san Agustín decía: “el maestro está adentro” (Tratado sobre la primera carta de San Juan 3,13).
¿Cómo actúa este maestro interior? Esa acción se expresa en dos verbos: enseñar y recordar. En su vida terrena, Jesús se presentó como maestro y enseñó. Así llevó a cabo la revelación de Dios, enseñando todo lo que el Padre quería transmitir a la humanidad por medio de la encarnación de su Hijo. La tarea del Espíritu Santo es recordarnos las palabras de Jesús; pero también enseñar, para ayudarnos a comprender plenamente la Palabra y a llevarla a cabo, a cumplirla, a ser fieles a esa Palabra de manera concreta, en la práctica, renovando permanentemente nuestra vida, para que en ella se trasluzca la alegría del evangelio, la alegría del encuentro con Jesús resucitado.
En esta semana
- El lunes 26 recordamos a San Felipe Neri
- El jueves 29, al papa San Pablo VI, quien llevó a término el Concilio Vaticano II, iniciado por san Juan XXIII y nos dejó ricas e inspiradoras enseñanzas, junto a su testimonio de profunda fe.
- El sábado 31, Visitación de la Virgen María, el monasterio de las Salesas, en Progreso, estará de Fiesta patronal. A las 10 de la mañana se celebrará la Misa, que será presidida por el Cardenal Daniel Sturla.
Asamblea del CELAM
Desde el lunes 26 al viernes 30 se realiza en Río de Janeiro la Asamblea del Consejo Episcopal Latinoamericano, en la que participarán presidentes y secretarios de las Conferencias Episcopales de América Latina y el Caribe. Mons. Milton Tróccoli y quien les habla estarán representando a Uruguay. El lugar fue elegido con motivo de cumplirse los 70 años de este organismo de comunión creado por el papa Pío XII, luego de la primera conferencia del episcopado latinoamericano celebrada en la cidade maravilhosa del 25 de julio al 4 de agosto de 1955.
Amigas y amigos:
El próximo domingo es la Ascensión y el siguiente Pentecostés… Que el Evangelio de hoy nos haga conscientes de esa visita de la Santísima Trinidad que quiere encontrar en cada uno de nosotros su casa permanente. Dejemos que el Espíritu Santo nos conduzca enseñándonos y recordándonos la palabra de Jesús, para vivirla cada día y así nuestro corazón se haga una casa donde Dios quiera hospedarse siempre.
Gracias por su atención. Que los bendiga Dios Todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.